Prevención del Alzheimer

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La enfermedad de Alzheimer tiene una vinculación que no se puede obviar con el envejecimiento, aunque esta patología no es una consecuencia inevitable de la edad. El hecho de que el nuestro sea un país especialmente envejecido puede estar repercutiendo en un aumento del número de casos. También sucede que se diagnostica en fases más precoces de la enfermedad gracias a los logros obtenidos en investigación. 

La genética, al igual que el envejecimiento, es otro factor de riesgo no modificable de Alzheimer. Sin embargo, el Alzheimer solo está determinado genéticamente en un 1% de los casos.  

El Alzheimer comienza provocando cambios neuropatológicos en el cerebro sin que la persona presente síntomas; una fase que podría durar hasta 20 años. Después, viene el deterioro cognitivo leve y, más adelante, la demencia. 

Hoy en día todo el mundo sabe que los hábitos de vida impactan en la salud cardiaca, pero lo que no conoce es la repercusión de estos patrones diarios en las probabilidades de padecer Alzheimer. Para concienciar a la población en este sentido, la Fundación Pasqual Maragall lanza este año la campaña “Cuando te cuidas, el Alzheimer da un paso atrás” -que consiste en un conjunto de actividades para la sensibilización en diferentes ciudades españolas-. Este lema está basado en un estudio publicado en la revista científica Lancet Neurology que concluye que uno de cada tres casos de Alzheimer se podría prevenir mediante hábitos de vida saludables. 

Gestos importantes para la prevención 

Una de cada dos personas tiene relación directa o indirecta con la enfermedad de Alzheimer, pero la mayoría de gente desconoce que existen hábitos de vida que pueden ayudar a prevenirla. Hablamos de los factores de riesgo modificables. 

Por un lado, describe Gramunt, “son todos aquellos factores que van a aumentar el riesgo cardiovascular: la obesidad, la diabetes, la hipertensión arterial, el colesterol alto y el tabaquismo”. 

Por otro lado, se encuentran los aspectos relacionados con el estilo de vida (nutrición; actividad física, cognitiva y social, y hábitos de sueño). La práctica de ejercicio físico, aparte de repercutir en el corazón, también lo hace en la salud neuronal. El ejercicio ayuda a disminuir el daño vascular cerebral. Además, hay estudios que demuestran que podría protegernos del deterioro cognitivo y que promueve la formación de nuevas neuronas en el hipocampo (una estructura clave para la formación de nuevos recuerdos y, por tanto, para tener una buena memoria reciente). 

En cuanto a la alimentación, la dieta mediterránea tiene un efecto positivo porque combate el estrés oxidativo, mientras que el consumo excesivo de alcohol es enemigo del cerebro. 

La neuropsicóloga destaca la importancia de que el sueño sea reparador. Y es porque mientras dormimos se activan mecanismos necesarios para deshacerse de productos tóxicos del metabolismo cerebral, como la proteína amiloide beta, cuya alteración es clave en la enfermedad de Alzheimer. 

Respecto a la actividad cognitiva, Gramunt señala que “el nivel de estudios académicos contribuye a mejorar la reserva cognitiva. Mantener la mente activa también, y puede ayudar a retrasar la aparición de los síntomas del Alzheimer ante los cambios cerebrales patológicos. Es fundamental hacer cosas nuevas, asumir retos (como aprender un idioma), leer, o adquirir una nueva habilidad (como tocar un instrumento). No hay que limitarse simplemente a repetir lo que ya sabemos hacer”. 

Por último, conviene no dejar de lado las actividades sociales puesto que, como recuerda la especialista en Neuropsicología, “la socialización es una forma útil de mantener activa la mente, a partir de la interacción con otras personas, enriqueciendo nuestros conocimientos o aprendiendo de otras perspectivas, pero, fundamentalmente, evitando el aislamiento y sus consecuentes implicaciones en la salud mental.” 

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